jueves, 6 de octubre de 2011

Peña Nieto y las encuestas

Quizá la primera vez que el nombre de Enrique Peña Nieto apareció en el cuestionario de una encuesta de preferencias electorales fue el 29 de noviembre de 2004. En el PRI estaba en curso el procedimiento para seleccionar al candidato de ese partido al gobierno mexiquense. El aspirante principal, indiscutible, por la prolongada presencia de su nombre en el priísmo de ese estado, era el de Carlos Hank. En él se concentraba la memoria muy bien conservada de su padre, el consolidado poderío económico de su primogénito y la delgadez de las figuras que aparecían en el entorno.

En el citado sondeo de Berumen y asociados, el hijo del profesor aparecía a la cabeza de los preferidos, con casi veinte por ciento (19.5). En segundo lugar figuraba Isidro Pastor, dirigente del PRI en la entidad, dos puntos abajo. Y luego, la chiquillada: aspirantes primerizos o experimentados que sin embargo no había dejado impronta en su carrera. Entre ellos figuraba Peña Nieto con cinco por ciento.

Pero el gobernador Arturo Montiel tenía su propio proyecto al margen de esas cifras. Él mismo había sido un político mediano en el ámbito local, del que sólo saldría de la mano de Humberto Lira Mora, quien lo condujo a posiciones de alcance federal tanto en el partido como en el gobierno. A base de triquiñuelas, del apoyo del gobernador César Camacho y de mucho dinero, propio y de quienes harían negocios con él, Montiel ganó a Lira Mora, en 1999, a la mala, la candidatura del PRI. Por la misma vía llegó al Gobierno del Estado.

Asumido como hombre de poder, Montiel resolvió en un solo acto su futuro y el de su sobrino. Nacidos ambos en Atlacomulco, concitaron el apoyo de los diversos núcleos a los que se agrupa para comprender el poder mexiquense, el Grupo Atlacomulco. Muy temprano decidió que Peña Nieto lo sucediera en el Palacio de Gobierno de Toluca. Y que él mismo aspiraría a ser Presidente de la República.

Lo primero fue fabricar una candidatura de unidad, que dejara al margen las posibilidades públicas de cada aspirante. Contra toda lógica, o conforme sólo a la de Montiel, los aspirantes se inclinaron por el sobrino de su tío. Sólo había tenido una breve carrera administrativa de escaso rango. A la sazón era diputado local y, por supuesto, cabeza de la fracción priísta, sin que tampoco hubiera aportado experiencia o interés en las tareas o doctrinas legislativas. Montiel lo había impulsado a ese cargo para ponerlo en condición de aspirar a la Gubernatura, pues el estatuto priísta demanda haber tenido un cargo de elección popular previo al de Gobernador.

Salvo un arrebato de Pastor, que a la postre volvió al redil, Peña Nieto fue sin conflicto el candidato de su partido, al margen de encuestas como la de Berumen y asociados. Quién sabe de qué artes suasorias se valió Montiel frente a Hank; el hecho es que lo desplazó y dejó paso franco a su sobrino. Y a sí mismo.

Mediante contratos ultrasupermillonarios con Televisa, ambos pequeños políticos locales se transformaron. No se convino sólo la transmisión de anuncios, pues entonces era posible adquirir espacio en los medios electrónicos con fines propagandísticos. Los muy bien tasados servicios de Televisa fueron ofrecidos y cumplidos con gran amplitud. Incluyeron una profusa cobertura de los actos de campaña, los abiertos de Peña Nieto, que recorría el estado en pos de la Gubernatura; y los nada disimulados de su tío, que asombrosamente, y por esa poderosa razón quedó situado en el elenco de los presidenciables priístas. Es cierto que sus integrantes no deslumbraban a nadie, ni nadie imponía su personalidad o su carrera como inicial argumento. Pero el que Montiel fuera parte de ese grupo mostraba su audacia y el impulso que Televisa imprimía a sus actividades.

El contrato con el consorcio televisivo fue integral, incluyendo el modelaje de una apariencia y una figura pública. De ese modo, Peña Nieto se transformó en unos cuantos meses de un jovencito favorecido por la influencia familiar, en un candidato vencedor, y apenas resuelta la sucesión presidencial de 2006, y sin que de su desempeño pudiera desprenderse prenda alguna que lo justificara, en candidato presidencial “el que encabeza todas las encuestas” según se le define como una verdad axiomática que anuncia un futuro inexorable.

Aún de su infortunio personal sacaron provecho los jefes de piso de Televisa que han hecho de su vida una telenovela. A la súbita muerte de su esposa, su viudez fue pronto remediada como si una cláusula previera lo fortuito. Una actriz popular, atractiva y simpática, fulgurante figura del canal de las estrellas es hoy parte de la escenografía en medio de la cual vive Peña Nieto.

Recordé a vuela pluma esta breve vida, y su metamorfosis, ante la impertinente exigencia que han levantado hasta el ex Gobernador mexiquense relevantes miembros de la sociedad civil y agrupaciones que demandan, algunas de largo tiempo atrás, una reforma política que incluya la reelección de legisladores y alcaldes a fin de mejorar su desempeño y estimular la rendición de cuentas.

Peña Nieto influye de modo muy notorio en la Cámara de Diputados donde está en curso el dictamen sobre una minuta aprobada en el Senado con casi unanimidad sobre dicha reforma política. Precisamente por eso no ha marchado adelante. Los firmantes de la solicitud aparecida ayer, que con razón imputan el freno a la reforma a Peña Nieto, anuncian una consecuencia electoral contraria al PRI por el conservadurismo del mexiquense en esta materia. Ya veremos.