De no ser trágico, sería ridículo el momento que prevalece en Veracruz. Lo peor es que, al mismo tiempo, es trágico y ridículo. En una pequeña, aunque pobladísima región en el centro del estado, la conurbación Veracruz-Boca del Río, han sido asesinadas por lo menos 67 personas entre el 20 de septiembre y el 6 de octubre. Aunque la Secretaría de Marina, responsable de la seguridad en el estado, detuvo a 20 personas, pertenecientes a grupos contrarios, ha tenido que dedicar parte de su tiempo y su energía a someter al Gobierno del Estado, que pretende ocultar la magnitud de la violencia. Al denunciar maniobras de las autoridades locales, el jueves, la Armada se exhibió a sí misma.
Se había extendido ese día la noticia de que se habían cometido nuevos asesinatos. El Gobierno estatal se mostró ajeno al asunto, y pretendió escudarse tras el Gobierno federal. Dijo en un comunicado que “no hay confirmación oficial alguna por parte de las Fuerzas Armadas o el Gobierno federal sobre el supuesto hallazgo de cuerpos en la zona conurbada Veracruz-Boca del Río, como lo refirieron algunos medios de comunicación que citan fuentes que no identifican”
Esos medios tenían razón. Al anochecer del jueves la Secretaría de Marina informó del hallazgo de 32 cuerpos en Boca del Río, y de cinco más en las proximidades de ese municipio. Sin importarle ponerse en ridículo ella misma, pues se preció del servicio de inteligencia naval para localizar el domicilio en que a la postre se sabría fueron ultimadas 32 personas, cuando la infantería de Marina llegó al domicilio se encontró que ya estaba allí la Policía estatal, y que agentes del Ministerio Público local se habían llevado a veinte cadáveres. Como la información de inteligencia abarca también otros domicilios, los infantes de Marina localizaron doce cadáveres más.
En su comunicado Marina anunció acciones de cuyo resultado efectivamente daría cuenta el día siguientes; es decir, anteayer viernes presentó a ocho miembros de la banda de ‘Los Zetas’ y a doce de otro grupo delincuencial que debemos suponer liquidado, apenas una semana después de su aparición, los ‘Matazetas’. Éstos se habían dado a conocer a través de un video en que figuraban encapuchados para anunciar que, en beneficio de la sociedad, ultimarían a los integrantes de aquella banda. Al menos doce de ellos, si es que su número es mayor, ya no tendrán oportunidad de realizar esa labor de limpieza social. Nadie, sin embargo, se había engañado sobre su origen y la naturaleza de sus propósitos. Son miembros del cártel Jalisco Nueva Generación, ansiosos de ampliar sus operaciones hacia el Golfo de México.
Sin aclarar lo que parecía un intento de ocultar información, y aun los cadáveres a que ella se refería, la única información del Gobierno local consistió en destituir al procurador Reynaldo Escobar. Una semana después del escandaloso hallazgo de 35 cuerpos el 20 de septiembre, Escobar presentó su renuncia al gobernador Javier Duarte. Éste no la aceptó entonces y hasta negó que esa decisión estuviera en curso. Ahora, sin embargo, la posición de Escobar se había hecho insostenible. Al parecer, había tenido éxito en diluir la información sobre catorce personas muertas pocas horas después de los arrojados a la plaza del Volador. Ahora no pudo contradecir a las fuentes federales que esparcieron entonces la noticia de aquellos catorce asesinados y fue, digámoslo así, tomado con las manos en la masa cuando sus agentes del Ministerio Público se llevaron veinte cadáveres de la más reciente oleada de violencia. Quizá el propósito era desmentir que esas muertes se habían producido. Pero ya no se pudo.
Escobar fue secretario de Gobierno de Fidel Herrera. En la jerarquía administrativa era superior a quien se convirtió en su jefe después de haber sido su rival. Escobar, en efecto, contó entre los precandidatos a suceder a Herrera. Contaba con una carrera más notoria que Duarte, pues además de haber sido el número dos entre 2004 y 2010, previamente había sido Alcalde de Jalapa. Además de su fracaso al frente del Ministerio Público, el retiro de Escobar puede también significar un distanciamiento y aun la ruptura entre el Gobernador y su heredero.
Herrera estaba durante los nueve meses anteriores en una posición de incertidumbre que concluyó con su nombramiento, junto con el de media docena de ex colegas, como delegado regional del PRI en entidades donde el PRI no tendrá dificultades electorales el año próximo, pues ahora todas son gobernadas por ese partido, que retuvo el poder en los comicios más recientes a pesar de que el desempeño de los gobernadores, sobre todo frente a la violencia criminal, fue notoriamente deficiente. Lo que Herrera y el resto de los delegados han conseguido es una suerte de inmunidad política, que dificultaría el que fueran puestos en entredicho por su gestión, ya sea por la oposición o por su sucesor.
El ex Gobernador veracruzano ha tenido que atenuar sus pretensiones. Hace un año insistía en que podría ser candidato a la Presidencia (para lo cual contaba expresamente con el apoyo de Duarte, ya elegido Gobernador pero todavía no en funciones). Luego, Herrera pretendió un cargo en el comité nacional priísta y no lo consiguió. Ahora ha tenido que contentarse con lo que apareció, de lo perdido. Esa circunstancia quizá favorezca el que Duarte se aleje de él. Ayer mismo habrían tenido lugar nuevos signos de la situación en la cúpula política veracruzana. Si Duarte viajó a la Ciudad de México, a la reunión del Consejo Político Nacional del PRI, no obstante la frágil situación que sufre su entidad, habrá buscado significarse ante quien será el hombre del día, Enrique Peña Nieto, a quien ya rindió tributo de amistad hace un mes, cuando lo invitó a cenar a Jalapa, en parejas.
Veracruz no figura en la tercia de estados donde la violencia criminal genera la mitad del total de ejecutados en nueve meses de 2011: En Chihuahua, primer lugar en esa deplorable lista, han sido asesinadas mil 567, en Nuevo León, mil 418, en Guerrero, mil 348, y en Sinaloa mil 80. La entidad gobernada (quién sabe hasta qué punto) por Duarte ya ha sido escenario de un número mayor de asesinatos que en 2010, cuando todavía falta por transcurrir un trimestre completo.
Esa tendencia puede disminuir si las detenciones practicadas por la Secretaría de Marina se consolidan. Quiero decir que como todo el mundo sabe, no todos los individuos capturados se convierten en procesados, y un número todavía menor recibe una sentencia. Sin el aparato con que presuntos delincuentes son capturados, su suerte se diluye en los recovecos judiciales y del ministerio público. Los más de ellos, por buenas o por malas razones, pueden volver a delinquir y de ese modo la intensidad del crimen ni siquiera menguará.
Esa pesimista visión corresponde con el fenómeno visto en su perspectiva nacional. Cuando faltan cuatro meses para que concluya el año, ya han sido asesinadas más de diez mil personas. La escalada de muerte continúa animada por factores que, al no ser tocados, incrementan su eficacia. Persisten, o han aparecido, por si fuera poco, rasgos de la estrategia gubernamental que le restan eficacia, si es que ha tenido alguna. Uno de ellos es el triunfalismo. Desde que era procurador Eduardo Medina Mora se pretendió hacernos comulgar con ruedas de molino, al asegurarnos que contra las apariencias, la autoridad ganaba la guerra al crimen organizado. Hoy es imposible sustentar este aserto, no obstante lo cual se difunde información más para tranquilizar el ánimo de los destinatarios de la profusa información que para remediar las condiciones de vida de los mexicanos. El Gobierno ha extendido varias el certificado de defunción de La Familia Michoacana, y más tarde o más temprano se sabe de su resurrección y aun de su metástasis.
Un rayo de luz disipa en alguna medida el pesimismo generalizado. Es el buen humor presidencial. Cada día multiplica las muestras de que vive en un País distinto a que gobierna, o al menos lo mira de modo diferente a la mayoría de quienes lo habitan. Si tuviera conciencia de los resultados de su estrategia contra la delincuencia organizada, habría recibido con alivio las propuestas que se le presentan, todas las cuales desdeñan.
Quiere mostrarse de tan buen talante, o está realmente tan de buenas, que cada vez escoge giros verbales más corrientes que coloquiales.