lunes, 18 de julio de 2011

Guerras intestinas.

“Cuando la perra es brava, hasta a los de casa muerde”, dice el refrán exactamente aplicable al caso del secretario Javier Lozano. Con la aspereza que le es habitual criticó a Santiago Creel, quien aceleró la contienda interna en el PAN al pedir licencia en su responsabilidad senatorial. Lozano llamó oportunista a su compañero de partido (bueno, es un decir). Y como Creel instara al resto de los precandidatos a retirarse de los cargos públicos y dedicarse a su promoción propia, el ex priísta lo desdeñó diciendo que lo dicho por el senador “le entra por un oído y le sale por otro”.

El respeto entre precandidatos, que es una conducta necesaria en los partidos, en el PAN es parte de una tradición que Lozano ignora, porque es panista de última hora. Aunque ha querido disimular su antigua filiación diciendo que fue miembro de gobiernos priístas (como si eso no implicara pertenencia al partido que gobierna), fue formalmente presentado como candidato del tricolor a una diputación en el estado de Puebla, pocos años antes de transformarse en militante blanquiazul. Quizá se olvidó de su tránsito y descalificó a Creel creyéndolo todavía miembro de un partido antagónico.

La posición de Lozano es parte de la tensión creciente que se aprecia en los círculos panistas en torno de la sucesión presidencial. Conforme pasan los días del año preelectoral –estamos ya en el segundo semestre– los ánimos de los aspirantes y de sus cohortes se avivan y asumen posiciones que ponen fin a la cordialidad esperable entre compañeros.

Creel se ausentó de su cámara y pidió a sus contendientes obrar en el mismo sentido para que no aprovechen sus funciones, y no hagan mal uso de los recursos públicos de que disponen. Asiste la razón a Creel, pues por ejemplo Ernesto Cordero utiliza su cargo al recibir a los alcaldes panistas veracruzanos acarreados por Miguel Ángel Yunes, que lo visitan en su doble calidad de secretario de Hacienda y de aspirante a la candidatura. No necesariamente lo harían si estuviera ya únicamente en la segunda condición.

La relativa tersura que en el PRI habían mostrado las relaciones entre Manlio Fabio Beltrones y Enrique Peña Nieto ha comenzado a interrumpirse. No asume hasta ahora la forma de invectivas personales. Pero están acentuándose las diferencias y trazándose los espacios en que uno y otro se mueven y pretenden hacerlo en los meses por venir. Se esperaba que ese momento llegara en septiembre, al concluir el gobierno del mexiquense. Pero éste ha experimentado la necesidad de anticiparse a su propio calendario. Aprovecha estar en la cresta de la ola tras su clamorosa victoria para hacer que lo suceda Eruviel Ávila para mostrarse como el real dirigente del PRI. Su hombre de uso, Humberto Moreira, planteó una decisión necesariamente polémica, la de aliarse con Nueva Alianza para la elección del año próximo. Conforme a un guión prestablecido, Peña Nieto expresó su entusiasmo por esa decisión. En sentido contrario, Beltrones y otros senadores, señaladamente Francisco Labastida, objetaron tal posibilidad. Y es que el planteamiento es una provocación al líder del Senado, considerando su añeja enemistad con la presidenta del SNTE.

Peña Nieto requiere intensificar su presencia pública en los dos meses que restan en su gobierno estatal. Si bien sus vínculos con Televisa le aseguran que no se interrumpa la vigencia de los convenios que lo hacen figura cotidianamente en la pantalla chica, dejará de contar con las ocasiones formales que ahora le permiten la difusión ad nauseam de su imagen. Para aminorar la opacidad en que se adentrará a partir del 16 de septiembre, agilizará la plataforma creada en su entorno, la Expresión Política Nacional. Pero no le dará para mantenerse en los mismos niveles de presencia, a menos que como lo hace ahora, ejerza su condición de verdadero mandón en su partido.

Las tensiones en el PRD son congénitas a ese partido, o por lo menos consustanciales a su funcionamiento. Desde hace meses está viva la disputa por la candidatura presidencial, entre Marcelo Ebrard y Andrés Manuel Obrador. Personalmente, cada uno de ellos insiste en la vigencia de un acuerdo que es de suponerse nunca adquirió formalidad pero al que ambos apelan, de que no romperán y el uno se sumará al que esté “mejor situado en las encuestas”. El problema será dilucidar qué significa esa fórmula multívoca, susceptible de toda suerte de interpretaciones.

Ya desde ahora, sin embargo, los miembros del círculo interno de cada uno de ellos perciben como antagonistas a los otros y disputan entre sí como si fueran adversarios pertenecientes a partidos distintos. Atizan esa beligerancia, por un lado, la secuela de las elecciones mexiquenses y, por otra parte, la liga estrecha entre la candidatura presidencial y la que buscará la jefatura de gobierno del Distrito Federal. No se expresa con todas sus letras pero se presume que si el acuerdo entre López Obrador y Ebrard se mantiene, quien no sea candidato presidencial “tendrá derecho” a la candidatura capitalina, a efecto de preservar el precario equilibrio entre las corrientes.

A diferencia de lo que puede esperarse en el PAN y en el PRI donde, pese a todo, el candidato que se imponga a otros será acatado por todos, en el PRD no es imposible la ruptura. Sería un acto suicida que ese partido, o la coalición de izquierda, vayan a las elecciones con dos candidatos, que se anularían mutuamente. Aun López Obrador, con la importante base social que ha construido, sería un candidato marginal..

(La Plaza pública no aparecerá, por vacaciones, sino hasta el próximo lunes 25).