lunes, 9 de mayo de 2011

PRD: Las reglas del juego.

Es difícil que en el PRD haya otros precandidatos presidenciales que los obvios: Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard. Siendo aspirantes con poder propio, influirán de manera determinante en la fijación de las reglas para la selección de candidato en el proceso que desemboca en el 2012.

Ambos aspirantes han repetido una y otra vez que no habrá choque de trenes, porque acordaron hace tiempo que a la hora en que el partido escoja se atendrán a una regla aceptada por los dos: quien esté “mejor colocado en las encuestas” será el candidato. Ignoro si suscribieron un pacto, si hay una constancia escrita del acuerdo aunque no aparezcan en ella sus firmas, o si se trata de un arreglo “entre caballeros”, en que se confía que cada parte haga honor a su palabra.

Es difícil determinar el significado de la expresión clave. ¿Qué quiere decir “el que esté mejor ubicado en las encuestas”? Puede tener tantos sentidos como elementos entran en la definición. Es preciso establecer quién realiza las encuestas. Varias firmas levantan periódicamente sondeos en torno de la sucesión presidencial. ¿Se acudirá a esos resultados, o se encargará a esas u otras empresas el levantamiento de una medición especial? Esos ejercicios suelen preguntar sobre preferencias y rechazos, lo que en demoscopía electoral se llaman voto positivo y negativo. ¿Cómo se armonizan esos últimos factores? ¿Se concede el mismo valor a uno y otro? Por otro lado: ¿a quién se aplican las encuestas?, ¿al público en general, a los miembros del PRD con credencial e inscripción en el padrón, a quienes se presenten como simpatizantes?

Al parecer nadie se ha ocupado de especificar esas características ni de ahondar en ellas. A lo mejor se trata sólo de una fórmula dilatoria, una promesa vaga de que no habrá distanciamiento y ruptura hasta llegar al momento en que sea preciso, para cumplir los plazos legales, tomar decisiones impostergables. La fórmula no ha impedido que se achaque a López Obrador la anticipada e inexorable decisión de ser candidato, aunque las encuestas no lo favorecieran.

Sorprendió por eso que Ebrard aprovechara el aniversario del PRD para dejar al margen ese presunto mecanismo ya acordado y proponer nuevas normas para la selección del candidato. De manera unilateral quiere que haya dos debates entre los aspirantes, en octubre, y al mes siguiente una consulta pública. Aquellos servirían, en su concepto, “para que la gente sepa qué propone cada cual, qué significa cada cual”. Por su lado, en la consulta se preguntaría “a la opinión pública quién debería ser el candidato (de la izquierda) a la Presidencia de la República”.

Como todo el mundo sabe, son distintas una encuesta (lo que presuntamente estaba acordado) y una consulta (lo que el Jefe del Gobierno del DF propone ahora). Tal vez el propuesto cambio de método indique el que se ha llegado al punto en que las precandidaturas puedan coexistir sin evidenciar sus diferencias, sus aspiraciones y sus intereses. Independientemente de la respuesta que López Obrador dé a la propuesta de Ebrard (que no se conoce a la hora de escribir estas líneas), la pugna entre seguidores de uno y otro, las sospechas que expresan recíprocamente, los aprestos que en cada trinchera se adoptan ya, señalan que se ha entrado en la contienda interna, que durará medio año y puede ser muy intensa, fragorosa.

Aunque Ebrard habló de la candidatura de la izquierda, el foro en que lo hizo y su propia posición en ese espacio político indican que requiere aprovechar la coyuntura para ser el candidato perredista. Como se evidenció en el lugar preponderante que ha tenido a últimas fechas en reuniones partidarias, y fue muy ostensible el jueves pasado, está actuando como el líder mayor del perredismo, mientras que su oponente ni siquiera hace presencia en sus celebraciones. Es, según él mismo se ha definido, un militante con licencia, y no se produjo con nitidez el hecho a que condicionó su retorno al seno del partido que presidió de 1996 a 1999. Nueva Izquierda, la corriente que más abiertamente le es adversa, no perdió del todo su papel hegemónico en la dirección del partido. Pero las corrientes que simpatizan con el ex jefe de gobierno recuperaron en parte ese control. Llegado el caso, esa victoria parcial le permitiría volver al PRD sin perder cara, y para estar formalmente en posibilidad de contender con Ebard, con las reglas que presuntamente pactaron, con las que propone Ebrard, con las que sugiera el propio López Obrador o con las que atinen a establecer los órganos del partido. El ex candidato presidencial no puede prescindir de ser lanzado por su partido, pues el apoyo incondicional del PT y Convergencia sería insuficiente en la contienda presidencial. Como a Ebrard no le bastaría el del PRD solo.

Por ahora lo previsible es que de aquí a que se resuelva quién sea el candidato perredista, el partido continuará su ruta de deterioro, salvo en el caso del Estado de México. En Nayarit y Coahuila la ruptura de la coalición con el PAN lo deja librado a sus propias, exiguas fuerzas. En el primero de esos estados vive una circunstancia peculiarísima de la que podría obtener ventajas salvo porque se afectan los intereses de los chuchos: una diputada federal perredista es la candidata del PAN, y lo que el PRD tendría que hacer es reconstruir en beneficio de ella la alianza que se había concertado para provecho de Guadalupe Acosta Naranjo, cuarto lugar en la jerarquía de Nueva Izquierda.