viernes, 13 de mayo de 2011

Valiente, amenazada, asilada.

Marisol Valles García vive en algún lugar de Texas, probablemente cerca de El Paso, en espera de que un juez de Migración decida si otorga el asilo que ha demandado, temerosa de que se cumplan amenazas contra su propia vida o la de su familia.

El caso de Marisol Valles García es único y, paradójicamente, uno de los muchos que están pendientes de resolución en Estados Unidos. Miles de personas han cruzado la frontera, desde Ciudad Juárez, en espera de que se les autorice radicar de aquel lado, porque la vida se les ha tornado imposible. De esa oleada de nuevos migrantes, no pocos quieren que se les conceda asilo, porque no están motivados por el vago temor que todos padecemos por la inseguridad que hierve en torno nuestro, sino por un miedo específico. En este grupo de personas hay periodistas y activistas que han recibido amenazas debido a su labor. Y no quieren permanecer impávidas en espera de que los amagos se conviertan en agresiones.

Pero la situación de Marisol es peculiar. Fue secretaria de Seguridad Pública en un municipio cercano a Ciudad Juárez, en cuyo ejercicio duró poco más de cuatro meses. Fue un lapso suficiente para que se percatara de la naturaleza de su cargo y de los riesgos que envolvía. No los ignoraba, propiamente, pero una cosa es saber de ellos y otra vivirlos directamente.

A diferencia de su enorme vecino, el municipio de Juárez, el más densamente poblado de Chihuahua (347 personas por kilómetro cuadrado), en el que lleva el nombre del revolucionario magonista Praxedis G. Guerrero vive poca gente. Poco más de diez mil personas en un territorio de 800 kilómetros cuadrados da una densidad de apenas 12.9 personas por kilómetro cuadrado, conforme al censo de 2010, Acaso por esa circunstancia, su escasa población, y por su proximidad a Estados Unidos (colinda con condados texanos al norte y al oriente) se ha convertido en territorio de enfrentamiento entre bandas. La violencia es tal que los jefes policiacos no duran mucho en su encargo. A los más de ellos en la década reciente los han matado. A Jesús Manuel Holguín lo degollaron en 2008 y mostraron en público su cabeza.

Por eso nadie quería encabezar la Policía en el Municipio hasta que aceptó hacerlo Marisol Valles García. Nacida en Juárez en 1969, estudiante de criminología, empezó sus labores el 20 de octubre del año pasado. Todo el mundo se hizo lenguas de su valentía, cualidad que en efecto la caracteriza. El semanario Newsweek la incluyó en alguna de sus ediciones de fin de año entre las 150 mujeres que han sacudido al mundo. Con la jefa policiaca norteña figuraron dos mexicanas más, Lydia Cacho y Salma Hayek.

Entusiasmada con su nueva responsabilidad, y sensible al apoyo que sentía tener fuera de su municipio, la Secretaria de Seguridad Pública hizo planes y comenzó a ponerlos en práctica: engrosó con mujeres las escuálidas filas de la corporación a su cargo, compuesta de sólo 19 elementos y resolvió no enfrentar el narcomenudeo, función propia de la Policía estatal y de la Federal o el Ejército, cuyos elementos fugazmente aparecían por la remota cabecera municipal.

Pese a tal decisión, fue amenazada una y otra vez, hasta que se convenció de que no eran sólo palabras. Al comienzo de marzo de este año, poco después de cumplir cuatro meses en el cargo, decidió retirarse. Pidió permiso al Ayuntamiento para ausentarse unos días, con el fin de procurar cuidados médicos a su hijo, que apenas tiene un año. Debía volver el lunes siete de marzo a las ocho de la mañana. Cuando una hora después no se presentaba aún, el alcalde José Luis Guerrero de la Peña ordenó “darla de baja” como se procede contra un oficial administrativo. Con su torpe criterio burocrático, el Presidente municipal dejó en estado de indefensión a su Secretaria de Seguridad, de la que había recibido noticia de sus amagos. Tal vez el Alcalde resolvió cortar la relación con la valiente mujer para que las amenazas no lo alcanzaran a él también.

Aunque poco después se tuvo vaga noticia del paradero de Marisol, sólo ahora ha hecho una presentación pública. El atareado delegado de la Comisión estatal de derechos humanos en Ciudad Juárez, Gustavo de la Rosa, estaba al tanto de los trámites para conseguir asilo, y para ofrecerle apoyo moral, necesario en este trance.

Una estación local de televisión de El Paso, afiliada a la cadena ABC News, la entrevistó el miércoles. Marisol se franqueó con el reportero. Le confesó su miedo, el de antes y el de ahora, pues por la noche, mientras era la jefa de la Policía Municipal en su insomnio se preguntaba cuándo vendrían por ella. La tensión se hizo insoportable cuando las amenazas incluyeron a su familia, y a su bebé. Entonces resolvió irse.

“La verdad es que nunca esperé que las cosas se pusieran tan feas, quizá fui demasiado ingenua”, dijo a su entrevistador. Ahora sabe que no debió confiar en el imperio de la ley. No en Ciudad Juárez y su gran entorno, al que pertenece el municipio que hoy carece de jefatura policiaca, pues no se ha encontrado una nueva Marisol que acepte el cargo. Quizá el próximo diez de junio, cuando los organizadores de la Marcha nacional por la paz con justicia y dignidad se reúnan en aquella ciudad mártir, Marisol acepte ofrecer su testimonio, que representaría el de ese gran sector de damnificados por la violencia, los que han tenido que abandonar un País que no les garantiza seguridad.