miércoles, 23 de marzo de 2011

Presencia y ausencia de Pascual

El embajador Carlos Pascual se va pero se queda. Su renuncia o despido no surtirá efectos inmediatos. Su jefa, la secretaria Hillary Clinton dijo el sábado haber pedido a Carlos (así, con sólo el nombre, en señal de familiaridad) permanecer en su puesto hasta que sea acreditado quien lo reemplace, para asegurar una “tersa transición”.

Eso puede significar un lapso largo, de meses quizá. El presidente Obama tardó cinco meses en designarlo embajador en México, y su aprobación en el Senado demoró dos más, de suerte que sólo en julio de 2009 quedó listo el nombramiento que debe haber ocupado la atención presidencial a partir de enero en que tomó posesión o quizá antes todavía.

También se queda Pascual de otra manera. El encargado de negocios, John Feeley, que no asumirá formalmente las funciones del embajador porque éste permanecerá en sus oficinas, llegó con Pascual.

Y aunque es un diplomático de carrera, parece claro que el sello que el embajador ambiguo (pues se va pero se queda) se imprimió en la gestión de su segundo a bordo. Basta ver las comunicaciones firmadas por Feeley, y conocidas también por las filtraciones de WikieLeaks para apreciar la sintonía de ambos funcionarios o el mirador que compartían para examinar los sucesos y a las personas en México.

También se queda, aun cuando Pascual se marche, la agenda que había recibido instrucciones de consumar o que él había propuesto al Departamento de Estado.

La secretaria la sintetizó el sábado, al anunciar el retiro de Pascual. La enumeración podría ser interpretada de dos manera, no excluyentes. Por un lado, hacer ver la satisfacción de Washington ante el desempeño del embajador, por la amplitud de los asuntos en que estaba involucrado y el avance conseguido en su desarrollo; y por otro lado insinuar la banalidad del Presidente de México que pidió la salida del embajador por los juicios que expresó acerca de él mismo y de las fuerzas armadas.

La seguridad, se infiere de la nota de la secretaria Clinton, era sólo uno de los temas de que se ocupaba Pascual.

La secretaria dedicó amplio espacio a valorar y aplaudir la gestión de Pascual, a quien atribuye metafóricamente los atributos de dos profesiones:

“Durante el pasado año y medio, el embajador Pascual ha sido arquitecto y abogado de la relación EU-México, promoviendo con efectividad las políticas de Estados Unidos en nombre del presidente y de este gobierno. Ha colaborado sin descanso con sus contrapartes mexicanas para poner los cimientos de un mercado transfronterizo de energía renovable, abrir negociaciones sobre el manejo de las reservas de petróleo y gas que abarcan territorio mexicano y estadounidense, y construir una nueva estrategia fronteriza para fomentar el comercio y detener tráficos ilícitos. Carlos ha comprometido también a empresas estadounidenses y mexicanas en construir mercados que han ayudado a hacer de México el destino número dos de las exportaciones de Estados Unidos.

“El embajador Pascual ha trabajado con el gobierno mexicano para integrar los derechos humanos en nuestras respectivas políticas y compromisos; también ha coadyuvado a realizar las conexiones humanas y culturales que apuntalan la amistad entre el pueblo de México y el de Estados Unidos.

Carlos colaboró con sus contrapartes en ir más allá del enfoque original de la Iniciativa Mérida, de desmantelar a los cárteles al de construir instituciones para el imperio de la ley en México y comprometer a la sociedad civil mexicana en procurar su seguridad. Estos vínculos, cultivados y fortalecidos durante su gestión, servirán a ambas naciones durante décadas.

“Dentro del gobierno estadounidense, Carlos adoptó un enfoque integral, de todo el gobierno, para atender una de nuestras relaciones bilaterales más importantes, ganando el respeto y colaboración de nuestro servicio exterior, nuestras fuerzas armadas y nuestras agencias encargadas de aplicar la ley. El Presidente y yo le estamos particularmente agradecidos por sus esfuerzos por sostener el ánimo y la seguridad del personal estadounidense a raíz de las trágicas balaceras en las que murieron cuatro personas de nuestra familia ampliada el año pasado en México”.

Más allá de la partida de Pascual, cualquiera que sea el momento próximo o remoto en que ocurra, será preciso examinar algunos puntos de esa agenda, como su contribución a “construir instituciones para el imperio de la ley en México”. Esa es, en tiempos normales una tarea reservada a los poderes mexicanos.

Pero al ocuparse de ese y otros asuntos semejantes, el embajador norteamericano no era un entrometido, como pretendieron serlo o lo fueron anteriores representantes de su país en México. No hay intrusión cuando el propio Presidente de la República auspició sus actividades en materia netamente local, como la seguridad pública en Ciudad Juárez.

Si bien la difusión de los informes reservados a través de WikieLeaks irritó particularmente a Calderón, como dijo en público por lo menos en dos ocasiones, ante periodistas, algo en su relación personal con el embajador se había descompuesto con anterioridad. En mayo pasado un incidente menor (guiños entre Pascual y el gobernador Peña Nieto) en la reinauguración de la planta Ford hizo que el Presidente omitiera el nombre de Pascual en el exordio de su discurso.

El embajador no tenía afanes de poder, como los que Vasconcelos identificó en Morrow en tiempos del maximato y lo llevaron a considerarlo un procónsul. A Pascual se le franqueó la puerta y entró.