miércoles, 6 de abril de 2011

Patrimonio natural de México.

Con el sarcasmo que fue una de sus armas, Carlos Monsiváis llamó “para documentar nuestro optimismo”, sección de su columna “¡Por mi madre bohemios!”, al registro de discursos y hechos que agobiaban al lector con la certidumbre de que íbamos de mal peor en casi todos los ámbitos de la vida cotidiana, pública y privada. Muy lejos de esa intención sarcástica y al contrario empleando la expresión en su sentido recto, me refiero hoy a un libro apropiado para documentar nuestro optimismo: Patrimonio cultural de México, Cien casos de éxito. Ciento cuarenta autores describieron y examinaron tal centenar de actos, hechos y momentos relativos a la conservación y restauración del entorno ambiental de los mexicanos.

Coordinaron la obra (preparada con motivo del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución) los investigadores Javier de la Maza y Carlos Galindo, así como quienes también se han dedicado y dedican al conocimiento científico pero han tenido y tienen relevantes responsabilidades institucionales; Julia Carabias, que fue secretaria del Medio ambiente y recursos naturales, y José Sarukhán, el sabio ex rector de la Universidad nacional, y actualmente cabeza de la Comisión nacional para el conocimiento y uso de la biodiversidad, Conabio.

La obra es magnífica por su apariencia y por su fondo. En la portada figura el Bosque de Pacho, del gran pintor José María Velasco, que tantos testimonios heredó a los mexicanos sobre el paisaje del altiplano decimonónico y hoy es, más que motivo para la añoranza, visión que estimula la voluntad de que nuestro País no se pierda en páramos inhóspitos donde se angoste, agoste y agote la vida. Decenas de fotografías, muchas de ellas desplegadas a doble página, ofrecen la referencia imagológica de los casos narrados por expertos y protagonistas de los cien casos de éxito mencionados en el título. Aunque no se diga expresamente, y a fuer de obra de científicos, no hay triunfalismo en la calificación del buen resultado que se aprecia en los relatos y análisis que constituyen un libro nada complaciente. Se sabe y se dice que no hay verdades definitivas en lo que hace a la conservación de especies y ambientes, pues los avances son reversibles y hay que pugnar de modo permanente para que no vayan hacia atrás.

Los coordinadores hallaron que la preservación del patrimonio natural de México ha resultado de la conjunción de tres factores: el conocimiento científico acumulado -en algunos casos desde hace más de un siglo- especialmente el obtenido por investigadores de instituciones académicas; la participación social, el activismo de agrupamientos de la sociedad civil que instan a eliminar riesgos para dicho patrimonio, o practican su defensa e intervienen en la gestión de los modos y formas de conservarlos; y el desarrollo institucional, sobre todo en tiempos recientes, en que los poderes federales y locales han emitido legislación y organizado instituciones para el ordenamiento ambiental. Agrego por mi parte el factor externo: la gestación y desarrollo del derecho ambiental internacional así como el funcionamiento de fondos, privados o públicos, de proyección mundial.

Aunque no haya sido escrito con esa intención -entre otros motivos porque la diversidad de autores implica pluralidad de enfoques y de énfasis- hay un hilo conductor a lo largo de la obra: la permanente pugna entre dos términos de un dilema que se ha mostrado falso: la disputa entre el desarrollo sustentable, respetuoso y acatador de las normas de la naturaleza, y el crecimiento salvaje, depredador que, involuntariamente o por explícito afán de ganancia pretende sobreponer sus metas a los de la conservación. Para dirimir en la práctica social esa disyuntiva ha sido precisa una intensa actividad estatal, pues en pocos ámbitos es tan evidente que dejadas en libertad las conveniencias del mercado a estas horas viviríamos en un desierto, en un ambiente continuamente empobrecido por la expoliación utilitaria y miope, incapaz de comprender que en materia de protección ambiental hay que proceder como dispuso Braudel estudiar la historia: con la mirada de Dios padre, es decir en plazos dilatados, no los de la brevedad de la vida humana.

La obra gira sobre un concepto ecológico: las áreas naturales protegidas (y sus modalidades, las certificadas y las comunitarias) y su instrumento jurídico, la Comisión nacional respectiva. Extender protección sobre un área natural, lo aprendemos en esta lectura, no significa congelar el tiempo ni sustraer la zona a la vida cotidiana. No significa clausurarla e impedir la acción humana en ella. Al contrario, en sus declaratorias predomina la idea de que la conservación favorezca al desarrollo de las personas, no sólo por el hecho mismo de mantener el patrimonio sino porque puedan en su seno realizarse actividades productivas condicionadas a la preservación y ésta a tales actividades, en una simbiosis deseable. Declarar la protección no consigue ponerla a salvo de la depredación: lo muestra la que don Miguel Ángel de Quevedo consiguió para el parque nacional de El Chico, en Hidalgo, donde la restricción legal y administrativa no obstruyó del todo la deforestación.

A menudo, las áreas naturales protegidas han surgido para encarar un conflicto social, pero a veces la declaratoria respectiva lo suscita. Se hace preciso, en unos y otros casos, establecer el equilibrio entre los intereses legítimos en presencia y el acotamiento y exclusión de los espurios.